Inmersos como estamos en una época de convulsión económica, de ajustes pretendidamente justos, de petición de sacrificios laborales y salariales, de aparente desprestigio sindical, si además se loa la pasión por la profesión, se corre el riesgo de que denosten al que lo hace o que, desde otro lado, se aproveche para aumentar aún más la solicitud de generosa contribución a la superación de la crisis.
Pero no son los problemas laborales achacables a la actual situación lo que nos lleva a esta reflexión. En estos días hemos tenido oportunidad de escuchar palabras de entusiasmo por ser y ejercer como fisioterapeuta. La que las pronunciaba era Ana María Pérez Gorricho, presidenta de la Asociación Española de Vojta
, con ocasión de un curso sobre terapia Vojta celebrado en nuestro hospital. Podemos decir poco sobre la biografía profesional de esta fisioterapeuta pero nos atrevemos a deducir que es un ejemplo de emigración desde un país lejano, con ansias de superación, de aprendizaje, que le llevó a profundizar en aquella terapia y a difundirla. Atisbamos en su actitud una apertura de miras, de reconocimiento hacia otros enfoques terapéuticos, de predisposición hacia la formación continuada y de exquisito trato con el paciente. Son cualidades envidiables y deseables, a pesar de que son, quizás ingenuamente, presupuestas en cualquier profesional sanitario.
En la actualidad, pensamos, sentir pasión por la profesión que uno eligió y tiene la suerte de ejercer, no está de moda. Puede parecer algo trasnochado o utópico. Pesarían más planteamientos pecuniarios, individualistas, pragmáticos. La vocación que nos llevó a elegir unos estudios, o la surgida en la práctica de una profesión, parecen formar parte del pasado. Muchas veces el entorno, las condiciones laborales, sirven de excusa para tomar unas actitudes más cómodas o menos implicadas. Y no nos parece extraño. Cualquier esfuerzo, cualquier trabajo, cualquier pasión, han de ser alimentados. Los fisioterapeutas comparten ploblemas y tiene algunos propios que desvitalizan no ya la vocación sino un ejercicio comprometido en sentido amplio. Y eso a expensas de no ceñirse a los principios y valores deontológicos de la profesión. Por eso, encontrarse con colegas como Ana María Pérez Gorricho supone un aldabonazo y un acicate. No podemos exigir ni exigirnos una respuesta inmediata e íntegra. Pero tampoco perder de vista que buscar la excelencia es una obligación del profesional sanitario. Si se conserva algo de pasión el camino será menos sinuoso.

No hay comentarios:
Publicar un comentario